martes, 29 de abril de 2014

La cultura catalana

La cultura de un pueblo se compone de infinidad de elementos. Unos se van creando, otros se van olvidando, y del mientras tanto se forma lo que llamamos cultura.

En una cultura tan dirigida y consciente como la catalana, dice tanto sobre las intenciones de los poderes fácticos aquello que se promociona y florece, como aquello que se oculta y se olvida. En resumen, solo dererminadas manifestaciones culturales se consideran catalanas, otras no. ¿A qué me refiero? Me refiero a cosas como la jota catalana, cantada en catalán, todavía sobrevive, pero lleva una existencia marginal. Tiene una cierta popularidad en las Tierras del Ebro, con centro en Tortosa. Pero si se pregunta a cualquier catalán, la jota se considera Aragonesa o Navarra, quizás haya quien se acuerde de la jota valenciana, pero nunca catalana. Han tardado hasta ¡2010! para declararla «danza de interés nacional en Cataluña», cuando la primera noticia del baile en Cataluña es de 1734.

Existen otros ejemplos similares. Por ejemplo, a finales del siglo XIX, las zarzuelas en catalán tenían muchísimo éxito, tanto en Valencia como en Barcelona. De hecho, tuvieron tal éxito, que diversas canciones, como «Baixant de la Font del Gat» o la sardana «La Santa Espina», han pasado al acervo musical popular. Las zarzuelas consiguieron incluso sobrevivir la Guerra Civil, pero no consiguieron sobrevivir a la Transición. También la copla catalana es un caso similar. A principios del siglo XX también acudían al Paralelo y a otros teatros barceloneses desde todos los rincones de España para ver los espectáculos sicalípticos. Entre otros, se ofrecían coplas cantadas en catalán, de las que ya nadie se acuerda (véase Pilar Alonso o Mercedes Serós).

¿Qué tienen en común estos elementos culturales catalanes para que se abandonen de esta manera? Pues creo que está claro que es su identificación con España y lo español. Hay que tener en cuenta que aquí me muevo dentro del paradigma nacionalista de lo que es «cultura catalana», que equiparan con «cultura en catalán», para dar más peso a mi argumento. Personalmente no estoy de acuerdo en que la cultura realizada en castellano en Cataluña no sea catalana. Existen infinidad de manifestaciones culturales que se realizan en castellano con normalidad. De hecho, lo extraño es que no los hubiera, cuando se habla castellano en Cataluña con normalidad por lo menos desde el siglo XVI.

Otro ejemplo claro para mí es la prohibición de los toros en Cataluña, aunque en este caso no esté relacionado con la lengua. La fiesta de os toros se remonta en Cataluña por lo menos al siglo XIV. Barcelona llegó a tener tres plazas de toros simultáneamente. En cambio, de repente, los toros ya no son catalanes, sino españoles, y por eso hay que eliminarlos. Para aquellos que digan que se hizo para proteger a los animales, la respuesta es el correbous. Si hasta en la votación en el Parlamento de Cataluña se vio claramente la división de los votos, los nacionalistas en contra, lo partidos nacionales a favor. Lo curioso, es que la afición ya había ido disminuyendo y que la fiesta no hubiese tardado en morir de muerte natural, es decir, sin la polémica y la división provocada. Que conste que yo no estoy ni a favor ni en contra de los toros, y que no voy a verlos, ni los sigo por la tele.

Para quien no quiera creer que esa parte de la cultura se rechaza por identificarse con España, se puede leer la polémica sobre Pilar Rahola hablando sobre la Feria de Sevilla en Barcelona, «tenemos dinero para flamenco, pero no para sardanas» (por cierto, merece la pena la respuesta de Toni Bolaño).  Es a eso a lo que se refieren los políticos catalanes con «fer pais», se refieren crear diferencias, en destacar lo distinto y ocultar lo parecido, y es un acto consciente y planeado. Primero se obliga a los hoteles a dar un «desayuno tradicional catalán», para seguidamente poder decir, ves, nuestros desayunos no son como los españoles, aquí son distintos.

¿Y eso es malo? Pues no es ni bueno, ni malo. Otras comunidades autónomas están en las mismas. Por mencionar una que conozco, en Cantabria están promocionando todo lo que es prerromano y celta como si la región no hubiese sido castellana o leonesa los últimos 1000 años (siguiendo el ejemplo de Guipuzcoa, por cierto). Lo que es malo, muy malo, es cuando el proceso no es consciente. La mayoría de la gente no se da cuenta del nivel de manipulación a la que está sometida y se cree que «son distintos», entiendiéndose naturalmente «somos mejores», porque sino ¿qué sentido tiene el querer ser distinto?

Una pena que nos dediquemos a buscar diferencias, cuando lo que deberíamos estar buscando es el terreno común para tener una mejor convivencia.

jueves, 24 de abril de 2014

El mito del homosexual pederasta

Estoy convencido de que el mito del homosexual pederasta tiene su origen en una sociedad europea machista, que consideraba que el matrimonio de una niña de 12 años con un hombre de 30 era lo más normal del mundo, mientras que las relaciones sexuales voluntarias de un hombre de 20 con un hombre de 21 eran consideradas una forma de pederastia, de abuso de menores. En Europa, durante gran parte de los siglos XIX y XX, cuando la homosexualidad no era directamente ilegal, la edad de consentimiento sexual para las relaciones sexuales masculinas se colocaba con la mayoría de edad, a los 21 años; en cambio, las leyes permitían el matrimonio de niñas de hasta 12 años, sin necesidad de que fuesen mayores de edad, pasando de la tutela del padre a la del marido.

De hecho, se usan a menudo dos palabras distintas para el abuso de menores según el sexo: «estupro», para las niñas, y «pederastia/pedofilia», para los niños, palabras que no generan la misma indignación moral. En cuanto se dice «pederastia» todo el mundo piensa en niños violados por homosexuales, a pesar de que en su definición es equivalente al abuso sexual infantil, sin especificar el sexo de la víctima, ni la orientación sexual del agresor.

El mito sigue vivo: la internacional homofóbica cristiana se encarga de extender ese «hay que proteger a los niños», en el que va sobreentendido el «de los depredadores homosexuales». Implícita va la creencia de que la homosexualidad se contagia como una enfermedad o que es un «vicio» tan placentero, que aquel que entra en contacto con él se queda enganchado. Esta última idea resulta un tanto curiosa, ya que confirma que los más homófobos son gays en el armario, que temen «quedarse enganchados».

No todo el mundo es fundamentalista cristiano que cree estas falacias a pies juntillas, pero sigue habiendo mucha gente que, a pesar de no creer en el «ogro homosexual», siguen pensando que los hombres homosexuales tienen una mayor tendencia a ser depredadores sexuales de menores que los heterosexuales, que la pedofilia se da más entre los gais que entre los heterosexuales.

Pues es un mito. No hay estudios científicos que muestren que los gais abusan de menores en una proporción mayor que los heterosexuales. Debería hacernos reflexionar. Los homosexuales masculinos son aproximadamente un 5% de la población, es decir los heterosexuales son un 95%. Si hacemos caso de los estudios que dicen que no hay diferencia en la incidencia de abuso a menores, quiere decir que la mayoría de los abusos sexuales (¿95%?) son realizados por heterosexuales o por pedófilos que no muestran preferencia sexual en adultos.

¿Por qué pensamos en «maricones» en cuanto sale una noticia sobre abuso de menores?

Actualizado: un artículo interesante sobre el tema en Box Turtle Bulletin.