Bruñó los recios nubarrones pardos
 la luz del sol que s'agachó en un cerro,
 y las artas cogollas de los árboles
 d'un coló de naranjas se tiñeron. 
 A bocanás el aire nos traía
 los ruídos d'alla lejos
 y el toque d'oración de las campanas
 de l'iglesia del pueblo. 
 Ibamos dambos juntos, en la burra,
 por el camino nuevo,
 mi mujé mu malita,
 suspirando y gimiendo. 
 Bandás de gorriatos montesinos
 volaban, chirriando por el cielo,
 y volaban p'al sol qu'en los canchales
 daba relumbres d'espejuelos. 
 Los grillos y las ranas
 cantaban a lo lejos,
 y cantaban tamién los colorines
 sobre las jaras y los brezos,
 y roändo, roändo, de las sierras
 llegaba el dolondón de los cencerros. 
 ¡Qué tarde más bonita!
 Qu'anochecer más güeno!
 ¡Qué tarde más alegre
 si juéramos contentos!...
 - No pué ser más- me ijo- vaite, vaite
 con la burra pal pueblo,
 y güervete de prisa con la agüela,
 la comadre o el méico...   
 Y bajó de la burra poco a poco,
 s'arrellenó en el suelo,
 juntó las manos y miró p'arriba,
 pa los bruñíos nubarrones recios. 
 ¡Dirme, dejagla sola,
 dejagla yo a ella sola com'un perro,
 en metá de la jesa,
 una legua del pueblo...
 eso no! De la rama
 d'arriba d'un guapero,
 con sus ojos reondos
 nos miraba un mochuelo,
 un mochuelo con ojos vedriaos
 como los ojos de los muertos...
 ¡No tengo juerzas pa dejagla sola;
 pero yo de qué sirvo si me queo! 
 La burra, que roía los tomillos
 floridos del lindero
 carcaba las moscas con el rabo;
 y dejaba el careo,
 levantaba el jocico, me miraba
 y seguía royendo.
 ¡Qué pensará la burra
 si es que tienen las burras pensamientos! 
 Me juí junt'a mi Juana,
 me jinqué de roillas en el suelo,
 jice por recordá las oraciones
 que m'enseñaron cuando nuevo.
 No tenía pacencia
 p'hacé memoria de los rezos...
 ¡Quién podrá socorrregla si me voy!
 ¡Quién va po la comadre si me queo! 
 Aturdío del tó gorví los ojos
 pa los ojos reondos del mochuelo;
 y aquellos ojos verdes,
 tan grandes, tan abiertos,
 qu'otras veces a mí me dieron risa,
 hora me daban mieo.
 ¡Qué mirarán tan fijos
 los ojos del mochuelo! 
 No cantaban las ranas,
 los grillos no cantaban a lo lejos,
 las bocanás del aire s'aplacaron,
 s'asomaron la luna y el lucero,
 no llegaba, roändo, de las sierras
 el dolondón de los cencerros...
 ¡Daba tanta quietú mucha congoja!
 ¡Daba yo no sé qué tanto silencio! 
 M'arrimé más pa ella;
 l'abrasaba el aliento,
 le temblaban las manos,
 tiritaba su cuerpo...
 y a la lus de la luna eran sus ojos
 más grandes y más negros. 
 Yo sentí que los míos chorreaban
 lagrimones de fuego.
 Uno cayó roändo,
 y, prendío d'un pelo,
 en metá de su frente
 se queó reluciendo.
 ¡Qué bonita y que güena,
 quién pudiera sé méico!  
 Señó, tú que lo sabes
 lo mucho que la quiero.
 Tú que sabes qu'estamos bien casaos,
 Señó, tú qu'eres güeno;
 tú que jaces que broten las simientes
 qu'echamos en el suelo;
 tú que jaces que granen las espigas,
 cuando llega su tiempo;
 tú que jaces que paran las ovejas,
 sin comadres, ni méicos...
 ¿por qué, Señó, se va morí mi Juana,
 con lo que yo la quiero,
 siendo yo tan honrao
 y siendo tú tan güeno?... 
 ¡Ay! qué noche más larga
 de tanto sufrimiento;
 ¡qué cosas pasarían
 que decilas no pueo!
 Jizo Dios un milagro;
 ¡no podía por menos!  
 Toito lleno de tierra
 le levanté del suelo,
 le miré mu despacio, mu despacio,
 con una miaja de respeto.
 Era un hijo, ¡mi hijo!,
 hijo dambos, hijo nuestro...
 Ella me le pedía
 con los brazos abiertos,
 ¡Qué bonita qu'estaba
 llorando y sonriyendo! 
 Venía clareando;
 s'oían a lo lejos
 las risotás de los pastores
 y el dolondón de los cencerros.
 Besé a la madre y le quité mi hijo;
 salí con él corriendo,
 y en un regacho d'agua clara
 le lavé tó su cuerpo.
 Me sentí más honrao,
 más cristiano, más güeno,
 bautizando a mi hijo como el cura
 bautiza los muchachos en el pueblo. 
 Tié que ser campusino,
 tié que ser de los nuestros,
 que por algo nació baj'una encina
 del caminito nuevo. 
 Icen que la nacencia es una cosa
 que miran los señores en el pueblo;
 pos pa mí que mi hijo
 la tié mejor que ellos,
 que Dios jizo en presona con mi Juana
 de comadre y de méico. 
 Asina que nació besó la tierra,
 que, agraecía, se pegó a su cuerpo;
 y jue la mesma luna
 quien le pagó aquel beso...
 ¡Qué saben d'estas cosas
 los señores aquellos! 
 Dos salimos del chozo,
 tres golvimos al pueblo.
 Jizo Dios un milagro en el camino;
 ¡no podía por menos!
Luis Chamizo