martes, 23 de octubre de 2012

El reino de los sarasas I

Hasta ahora siempre había pensado que en España no había habido escándalos homosexuales a finales del siglo XIX y principios del XX. Casi todos los países europeos tuvieron los suyos, empezando con el juicio a Oscar Wilde en la Inglaterra victoriana, aunque hubo antecedentes en el grupo de la calle Vere, detenidos en 1810, y el escándalo de la calle Cleveland, en 1889, en el que se vio envuelto el príncipe Alberto, duque de Clarence, hijo mayor del Príncipe de Gales y, por lo tanto, destinado a ser rey del Reino Unido. Pero fue la condena de Wilde la que tuvo un impacto enorme en toda Europa. Wilde era un literato bien conocido en el continente y su juicio ventiló los «sucios negocios» del autor, hizo pública por primera vez la homosexualidad, que apareció en todos los periódicos, ya que Wilde que no quiso ocultar sus preferencias, ni huir cuando tuvo la oportunidad.

Pero sobre todo Alemania los tuvo muy sonados y muy duraderos, ya que los escándalos se siguieron hasta mitad del siglo XX. Empezaron en 1902 con los rumores sobre jovencitos que Alfred Krupp mantenía en Capri, que llevaron al potentado del acero a suicidarse poco después. Siguieron con el escándalo Harden-Eulenburg, en el que se vio envuelto el círculo íntimo del emperador Guillermo II de Alemania. Es posible que este escándalo precipitase la I Guerra Mundial, ya que el Káiser se vio avocado a alejarse de los consejeros que había escuchado hasta el momento y se acercó a grupos más agresivos y más militaristas. Más tarde, durante la II Guerra Mundial, tenemos el escándalo Blomberg-Fritsch y la Noche de los cuchillos largos, en los que los nazis usaron la homosexualidad (entre otros asuntos) para deshacerse de enemigos políticos.

Otro escándalo de enorme repercusión fue el de Alfred Redl, jefe del servicio de inteligencia militar del Imperio austrohúngaro. Redl, que había modernizado enormemente el servicio secreto del ejército, fue chantajeado por los rusos, que habían descubierto que era homosexual. Cuando se destapó, el escándalo fue tal, que los homosexuales fueron marcados como peligrosos para el estado en toda Europa y todos los países europeos trataron de descubrir y expulsar a los homosexuales de sus aparatos de gobierno y del ejércitos, porque «representaban una amenaza para el país».

En Italia tenemos el scandalo dei pompieri de 1909, en el que se vio envuelto el cuerpo de bomberos de  Milán, escándalo que se saldó con la dimisión del alcalde de Milán, el marqués Ettore Ponti, y el duelo a florete de dos abogados. Y un año antes tenemos un escándalo en el servicio de telégrafos de Bolonia, donde los jóvenes mensajeros de telégrafos daban más servicios de los esperados.

En los Países Bajos está el caso de Leopold Abraham Ries, Tesorero General. Ries vio destruida su carrera cuando un joven mentiroso patológico lo acusó de haber mantenido relaciones sexuales con él a cambio de dinero. Aunque nunca se pudo probar el hecho, Ries nunca llegó a recuperar su posición y emigró a EE.UU.

Todos estos escándalos no son más que la punta del iceberg. Existían innumerables otros que sólo afectaban a maridos, vecinos o jefes. Los suicidios se sucedían a menudo cuando el honor y la reputación de un hombre habían sido destruidos, aunque sólo fuese por rumores insistentes. Y muchas veces no les quedaba más remedio, ya que un escándalo de este tipo representaba la muerte social del afectado, que de repente era tratado como un apestado por socios, amigos e incluso la familia. Eso, cuando directamente no era víctima de violencia física.

Muchos otros se decidían por el exilio. Los ingleses se iban a Francia. Los Alemanes a Italia. Los Franceses al Mediterráneo sur. Los pocos que se quedaban y luchaban formaron el primer movimiento homosexual. Auténticos héroes que se enfrentaron a los prejuicios y la persecución de toda la sociedad en la que vivían, incluidos a menudo su propia familia.

Existe otro grupo de escándalos en las dos décadas posteriores a la II Guerra Mundial, época en la que dominaba la hipocresía y la mojigatería sexual. En Inglaterra tenemos el caso de los Cinco de Cambridge, en Suecia el asunto Haijby y el escándalo Kejne, en Italia los casos de Balletti verdi y Aldo Braibanti, en Alemania no hubo ningún caso de relieve, pero numerosos homosexuales se quitaron la vida o se exiliaron durante una ola de persecución en Fráncfort, y en Estado Unidos la deserción de Martin y Mitchell, el escándalo de Boise y naturalmente el terror lila de McCarthy. Muchos de estos casos son de chantajes o de homosexuales que se pasan al enemigo por despecho. La reacción en todos los casos fue de histeria y caza de brujas. La solución más fácil hubiese sido aceptar la homosexualidad y así quitar cualquier poder a los que hacían chantajes, consiguiendo de rebote una sociedad más justa y libre. Pero los prejuicios nunca fueron lógicos y se hizo precisamente lo contrario: aumentar la persecución, aumentando así el poder de los chantajistas sobre sus víctimas.

¿A qué viene este rollo, si he empezado hablando de España? Pues sirve de introducción para la siguiente entrada del blog, que se publicará mañana.

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